La depresión se caracteriza PSÍQUICAMENTE por un estado de ánimo profundamente doloroso, una cesación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de todas las funciones, y la disminución del amor propio. Ésta última se traduce en reproches y acusaciones de que el paciente se hace objeto a sí mismo y puede llegar incluso a una delirante espera de castigo. Deseo de comunicar al mundo sus propios defectos como si en este rebajamiento hallara una satisfacción el paciente.
Existen diferentes formas clínicas de la depresión y algunas de ellas recuerdan más las afecciones somáticas que las psicógenas.
La investigación psicoanalítica muestra que los reproches con los que el enfermo se abruma, corresponden en realidad, a otra persona u objeto erótico, que ha sido perdido y han sido vueltos contra el propio yo.
La mujer que compadece a su marido por hallarse ligado a un ser tan inútil como ella, reprocha, en realidad, al marido, su inutilidad, cualquiera que sea el sentido que dé a esta palabra. Sus lamentos son acusaciones; no se avergüenzan ni se ocultan, porque todo lo malo que dicen de sí mismos se refiere, en realidad, a otras personas, y se hallan muy lejos de testimoniar, con respecto a los que les rodean, la humildad, y obediencia que correspondería a tan indignas personas como afirman ser, mostrándose, por el contrario, sumamente irritables y susceptibles y como si estuvieran siendo objeto de una gran injusticia.
Otras veces observamos que la pérdida es de naturaleza más ideal: el objeto no ha muerto pero ha quedado perdido como objeto erótico (el caso de la novia abandonada).
¿Cómo se produce la depresión?
Al principio existía una elección de objeto amoroso, o sea, un enlace a una persona, objeto o ideal determinado. Por la influencia de una ofensa real o de un desengaño, inferido por la persona amada, surgió una conmoción de esta relación objetiva, cuyo resultado no fue el normal, la sustracción del afecto de este objeto y su desplazamiento hacia uno nuevo, sino otro muy distinto, que parece exigir para su génesis, varias condiciones. La carga del objeto demostró ser poco resistente y quedó abandonada, pero el interés por el objeto amado, libre ahora, no fue desplazado sobre otro objeto sino retraído al Yo, y encontró en éste una aplicación determinada, sirviendo para establecer una identificación del Yo con el objeto abandonado. La sombra del objeto cayó así sobre el Yo, que a partir de esto momento pudo ser considerado como una instancia especial, como un objeto y, en realidad, como el objeto abandonado. De este modo, se transformó la pérdida del objeto en una pérdida del Yo, y el conflicto entre el Yo y la persona amada, en una discordia entre la crítica del Yo, y el Yo modificado por la identificación.
Para que esto se produzcan han de haberse dado dos condiciones: una enérgica fijación al objeto erótico, por un lado, y por otro, en contradicción con la primera, una escasa resistencia de la carga de objeto. Esta contradicción parece exigir que la elección de objeto haya tenido efecto sobre una base narcisista, de manera que en el momento en que surja alguna contrariedad, pueda la carga de objeto retroceder al narcisismo.
La identificación narcisista con el objeto se convierte entonces en un sustitutivo de la carga erótica, a consecuencia de la cual no puede ser abandonada la relación erótica, a pesar del conflicto con la persona amada.
Jamás se nos ocurre considerar el duelo como un estado patológico y someter al sujeto afligido a un tratamiento médico, aunque se trata de un estado que le impone considerables desviaciones de su conducta normal. Confiamos efectivamente, en que al cabo de un tiempo, desaparecerá por sí solo, y juzgamos inadecuado e incluso perjudicial, perturbarlo. La única diferencia entre la depresión y el duelo es la perturbación del amor propio característica de la melancolía en la que la relación con el objeto queda complicada por la ambivalencia afectiva.