CICLO DE CONFERENCIAS UAH
7 de MAYO de 2009
LECCIONES INTRODUCTORIAS AL PSICOANÁLISIS.
EL SENTIDO DE LOS SÍNTOMAS
Muy buenos días a todos y bienvenidos a la tercera de las conferencias de este ciclo “Lecciones Introductorias al Psicoanálisis”. El título de la conferencia de hoy es “El sentido de los síntomas”.
Ya vimos en la primera conferencia del ciclo que el estudio de las funciones fallidas lleva a la conclusión de que son auténticos fenómenos psíquicos completos con un sentido y una tendencia. Son consecuencia de un conflicto psíquico entre dos tendencias (una perturbada y otra perturbadora) que dará lugar a un producto transaccional. Este descubrimiento trae consigo una modificación de la concepción del mundo, hallando que el hombre normal aparece movido por tendencias contradictorias, los acontecimientos “casuales” quedan limitados (ni siquiera la pérdida de objetos lo son), resultando nuestra torpeza un disfraz de nuestras intenciones ocultas. La voluntad del sujeto intervendría incluso en accidentes graves que de otra manera quedarían adscritos a la casualidad.
Del mismo modo, vimos en la segunda conferencia que el psicoanálisis descubre que todo sueño posee un sentido. Su singularidad se deriva de la deformación que ha sufrido al pasar por un proceso de transformación denominado “trabajo del sueño” y que lo que recordamos del sueño es su contenido manifiesto, detrás del cual, mediante la asociación libre podemos llegar al contenido latente del sueño y aplicando la técnica interpretadora en una situación de análisis en transferencia, podemos llegar a los deseos inconscientes. Y decíamos que los sueños eran como una satisfacción de deseos sexuales infantiles reprimidos.
Pero decíamos también que al psicoanálisis no le interesan los actos fallidos o los sueños como fenómenos en sí mismos sino como productos prototípicos del inconsciente a partir de los cuales llegamos a conocer los mecanismos de funcionamiento del aparato psíquico normal, porque soñar soñamos todos y actos fallidos cometemos todos.
De este modo, el estudio de estos productos del inconsciente nos impone una nueva concepción de la vida psíquica que resuelve algunas de las cuestiones más discutidas en la Psicología. Nos plantea la existencia de una actividad psíquica inconsciente más amplia e importante que la enlazada a la conciencia. Nos permite, hacer una articulación del aparato psíquico en varias instancias o sistemas (primera tópica: consciente-preconsciente-inconsciente) y demuestra que en el sistema de la actividad anímica inconsciente se desarrollan procesos de naturaleza muy distintos a los percibidos por la conciencia (sobre todo condensación y desplazamiento, al servicio de la represión). Con todos estos descubrimientos el estudio psicoanalítico, que originalmente pretendía explicar los fenómenos psíquicos patológicos, se convirtió sin sospecharlo inicialmente, en una Psicología de la vida psíquica normal, descubriendo que estos fenómenos que aparecen en todas las personas (neuróticos o no) responden a los mismos mecanismos psíquicos que los síntomas neuróticos.
La hipótesis de la actividad anímica inconsciente, la censura y la represión, la deformación y la producción de sustitutivos, deducidas del análisis de esos fenómenos normales (actos fallidos y los sueños), facilitan por primera vez la comprensión de toda una serie de fenómenos patológicos proporcionando la clave de los enigmas de las psicología de las neurosis. Hasta el momento la psicología no tenía una explicación satisfactoria ante fenómenos como los ataques convulsivos, los delirios, las visiones, las ideas y actos obsesivos, a los que consideraba resultado de alguna perturbación orgánica o de una disminución de la capacidad del aparato. No podía explicar nada más sobre ellos. El Psicoanálisis demuestra que todos estos fenómenos pueden ser explicados e integrados en el conjunto del suceder psíquico por medio de hipótesis puramente psicológicas y que los mecanismos que los explican son los mismos que dan cuenta de los procesos “normales”. Igual que podemos conocer el sentido de un sueño o de un acto fallido, podremos conocer el sentido de un síntoma.
Por ejemplo. Los ataques histéricos que se explicaban como excitación emotiva o explosiones de afecto. El psicoanálisis ve en ellos la representación mímica de escenas vividas o fantaseadas por el enfermo, sin que éste tenga conciencia de ello. El sentido del ataque queda velado a los ojos del espectador por medio de deformaciones (contenido manifiesto) y habrá que buscar a partir de él las ideas latentes.
En el caso de la neurosis obsesiva el estudio psicoanalítico demostró que todos los actos obsesivos, hasta los más insignificantes, tienen pleno sentido y reflejan los conflictos de la persona, la lucha entre las tentaciones y las coerciones morales, el mismo deseo que trata de expresarse a la vez es rechazado, castigado y compensado con penitencias.
Lo mismo ocurriría con los delirios, alucinaciones y sistemas delirantes de otros enfermos. Todos estos fenómenos para los que no se encontraba explicación o se les atribuía una causa orgánica, quedan ahora explicados por hipótesis puramente psicológicas.
Para poder entender esto mejor vamos a introducirnos un poquito más en el concepto de Inconsciente.
El Inconsciente
Para el Psicoanálisis no existe la equiparación entre psiquismo y conciencia. El ser consciente no es la esencia de lo psíquico sino sólo una cualidad de lo psíquico, inconstante que se haya muchas más veces ausente que presente. Sin embargo, lo inconsciente siempre está presente y de hecho sobredetermina lo que pasa en la conciencia (lo que percibimos, lo que sentimos, lo que pensamos, todo).
Gracias a la investigación psicoanalítica sabemos que existe un proceso de represión. Cuando una persona se enfrenta a un estímulo displacentero (que aumenta la tensión del aparato) hemos visto que trata de eliminarlo (reducir la tensión del aparato). Si se tratara de un estímulo exterior, el medio de defensa más adecuado sería la fuga. Pero cuando el estímulo es interior (un estímulo pulsional) la fuga no es posible, ya que uno no puede huir de sí mismo. La represión es entonces el mecanismo que se aplica: consiste exclusivamente en mantener alejados de la consciencia a determinados elementos, no los suprime ni los elimina. Estos elementos pasarían entonces a ser Inconscientes.
Pero aún siendo inconscientes estos contenidos (deseos) siguen ejerciendo un efecto, en este caso, un efecto que la persona no puede controlar por no saber de ellos. Hay que tener en cuenta, además, que lo que resulta displacentero para el sistema consciente, puede ser placentero para el inconsciente por lo que va a tratar de seguir expresándose.
El inconsciente no juzga, no calcula, sólo le interesa transformar. Tiene otro tiempo diferente al de la conciencia (sus contenidos no aparecen ordenados cronológicamente): en el tiempo del inconsciente se determina el pasado desde el presente (futuro anterior). No hay negación ni duda alguna, ni tampoco ningún grado de seguridad. En el inconsciente sólo hay contenidos enérgicamente catectizados que tratan de expresarse ya que carecen de toda relación con la realidad, se hallan sometidos únicamente al principio del placer-displacer (satisfacerse para reducir la tensión del sistema). Además su tendencia a la expresión va creciendo, ya que nunca se satisfacen de manera completa.
La represión va a tener que realizar un trabajo constante para impedir la expresión de los contenidos inconscientes, con lo cual hay una gran cantidad de energía implicada en este proceso: impedir que se expresen los deseos reprimidos. Pero la represión sólo puede reprimir la representación pero el afecto asociado a esa representación nunca puede reprimirse, por lo que puede unirse a otra representación y burlar a la censura. De este modo, cuando la represión fracasa, los contenidos reprimidos retornan pero a condición de ser disfrazados, deformados (satisfación sustitutiva) en forma de síntomas, de sueños… Por eso los sueños y los síntomas nos resultan tan ajenos a nosotros, tan extraños.
Por ejemplo, la conciencia no tolera un sentimiento de hostilidad por tanto de miedo hacia mi padre, reprimo la representación, mi padre pero el afecto es irreprimible, así que uno este afecto a otra representación, un caballo. Siento miedo por los caballos y no sé muy bien porqué).
¿Pero cuáles son esos contenidos que reprimimos?
Se trata de cuestiones en las que no nos atrevemos a pensar o en las que no pensamos sino con horror. Contenidos que nuestra educación condenó desde hace mucho tiempo y que se muestran opuestos a las reglas de la restricción moral. Nos estamos refiriendo a sentimientos hostiles hacia personas queridas (parientes, hermanos, esposos, hijos) y elección de objetos sexuales prohibidos (mujer ajena, madre, padre, hermano, hermana). Pero es que hemos dicho que el psiquismo tiene lugar para tendencias inconscientes diametralmente opuestas a las conscientes. Tendencias que resultan tan intolerables para la conciencia que han de censurarse y expresarse a condición de ser deformadas.
Entonces en Psicoanálisis vamos a partir del efecto , es decir, de esa expresión deformada. Es otro nivel de objetividad. Será desde el síntoma (que es contenido manifiesto) que se puede construir el deseo inconsciente que lo produjo (mediante la asociación libre del paciente en transferencia con el analista que realiza las interpretaciones).
A diferencia de la Psiquiatría Clínica, el Psicoanálisis otorga especial relevancia al estudio de la forma aparente y del contenido de esos efectos, en este caso, de los síntomas. Así, donde parecía reinar la arbitrariedad (no se sabe explicar el síntoma), la labor psicoanalítica pone un orden, una norma y una coherencia.
Para ilustrarnos sobre el sentido de los síntomas y teniendo en cuenta las limitaciones de una lección introductoria de estas características, Freud opta por presentarnos con cierto detalle un par de ejemplos correspondientes a dos casos diferentes de neurosis obsesiva.
¿Qué es la neurosis obsesiva?
La neurosis obsesiva presenta fundamentalmente síntomas psíquicos, renunciando casi por completo, a diferencia de la histeria, a las manifestaciones de carácter somático.
Los enfermos de neurosis obsesiva muestran las siguientes manifestaciones: impulsos extraños a su personalidad, se ven obligados a realizar actos cuya ejecución no les proporciona placer ninguno pero a los cuales no pueden escapar y su pensamiento se encuentra fijado a ideas ajenas a su interés normal. Estas ideas obsesivas puede que no tengan sentido o puede que sean indiferentes para el individuo al que se le imponen. Lo más frecuente es que sean totalmente absurdas. Sea cual sea el carácter que presenten, siempre son el punto de partida de una intensa actividad intelectual que agota al enfermo, que se ve limitado a dar vueltas continuamente a tales ideas como si de los asuntos más importantes de su vida se tratasen. La mayor parte de las veces esos impulsos poseen un contenido temeroso: la persona se siente incitada a cometer graves crímenes de los que huye horrorizado, defendiéndose contra la tentación por medio de todo tipo de prohibiciones, renunciamientos y limitaciones de su libertad.
Estos crímenes y malas intenciones de los que estamos hablando no llegan jamás ni siquiera a ser iniciados ya que la fuga y la prudencia acaban siempre imponiéndose (se lavan las manos 125 veces porque hay una tentación “sucia” detrás). Los que sí se llevan a cabo son los actos obsesivos, que son siempre inocentes e insignificantes, consistiendo habitualmente en representaciones y ornamentaciones ceremoniosas de actos corrientes de la vida cotidiana.
Así, los actos más básicos y necesarios de la vida como lavarse, acostarse, vestirse o salir de paseo se convierten en problemas complicadísimos.
Si al enfermo se le aconseja que se distraiga, deseche sus ideas absurdas y piense en otras cosas, no se va a contribuir en nada a su alivio, ya que el mismo enfermo quisiera hacer eso mismo. Presenta una perfecta lucidez, comparte nuestra opinión sobre sus síntomas obsesivos e incluso él mismo lo dice de manera espontánea antes que nosotros (“fíjate que tonterías pienso”). Sin embargo, nada le es posible hacer para mejorar su estado. El enfermo no puede hacer otra cosa que desplazar o sustituir su obsesión, reemplazando una idea absurda por otra, cambiando las precauciones o prohibiciones o variando su ceremonial.
Esta es una de las principales características de la neurosis obsesiva: la capacidad de desplazamiento de los síntomas desde su forma primitiva a otra muy alejada y diferente.
Otro de los caracteres fundamentales de esta enfermedad es la llamativa acentuación de las oposiciones (polaridades) que llenan la vida psíquica del paciente: presenta obsesiones de contenido negativo o positivo, y junto a ellas aparece en el terreno intelectual un estado de duda (generalmente sobre las cosas más ciertas y seguras) que provoca en el sujeto una perpetua indecisión, robándole energía y haciéndole imponerse inhibiciones cada vez más rigurosas.
Este cuadro resulta todavía más singular teniendo en cuenta que los neuróticos obsesivos suelen haber sido personas de carácter enérgico, a veces de gran tenacidad y siempre de un nivel intelectual superior al vulgar. En la mayoría de los casos, presentan una alta disciplina moral y una extrema corrección.
Ejemplo 1: Señora de 30 años.
Una señora de 30 años que presenta fenómenos obsesivos muy graves. Varias veces al día ejecutaba, entre otros muchos, el siguiente acto obsesivo: corría desde su alcoba a un gabinete contiguo, se colocaba delante de la mesa que ocupaba el centro de la habitación, llamaba a su doncella, le daba una orden cualquiera o la despedía sin mandarle nada y volvía después de nuevo, con precipitación, a la alcoba.
Precisamente éste no parece un grave síntoma patológico pero sin embargo sí llamó la atención de Freud. Sabemos ya que para el psicoanálisis las cosas más insignificantes pueden abrir el camino a grandes descubrimientos.
En este caso, la paciente misma llegó a la explicación sin la menor intervención del terapeuta. Siempre que se le había preguntado por qué llevaba a cabo aquel extraño comportamiento y qué significado podía tener, ella contestaba que no lo sabía. Sin embargo, un día, después de vencer un grave escrúpulo de conciencia encontró de repente la explicación buscada: Hacía más de 10 años contrajo matrimonio con un hombre mucho mayor que ella y que la noche de bodas demostró una total impotencia. Pasó toda la noche corriendo desde su cuarto al de su mujer para renovar sus tentativas, pero sin éxito alguno. A la mañana siguiente manifestó que le avergonzaba que la señora de la limpieza que iba a ir a hacer la cama, pudiera adivinar lo que había sucedido, así que cogió un frasco de tinta roja y lo vertió en las sábanas, pero no en el sitio en que hubieran debido encontrarse las manchas de sangre.
A primera vista los elementos comunes entre este hecho y el acto obsesivo radican en el paso repetido de una habitación a otra y la aparición de la doncella.
Sin embargo, la enferma añade un dato más: el tapete que cubría la mesa, presentaba una gran mancha roja. La paciente explicó que se situaba junto a la mesa en tal posición para que la criada pudiera ver la mancha. De este modo queda ratificada la relación entre el acto obsesivo actual y la escena de la noche de bodas. Pero el caso nos ofrece otras observaciones.
La enferma se identifica con su marido y reproduce su conducta durante la noche de bodas: imita su paso de una habitación a otra y reemplaza el lecho y las sábanas por la mesa y el tapiz que la cubre (una sustitución que lejos de ser arbitraria, en el simbolismo onírico, se observa que muchas veces la mesa es una representación del lecho y que mesa y lecho son símbolos del matrimonio).
Pero todavía podemos obtener más información sobre la intención del acto: el nódulo del acto consiste en hacer venir a la criada y atraer su atención sobre la mancha roja (algo contrario a lo que deseaba el marido después del fallido intento de simulación puesto que la mancha se produjo en el lugar inadecuado). De este modo, la paciente en representación de su marido, se comporta como si no debiera temer la entrada de la doncella puesto que la mancha se ubica en el lugar adecuado. La paciente no se contenta con reproducir la escena real sino que la ha continuado y corregido, perfeccionándola. Al hacerlo así, rectifica también el penoso accidente que llevó al marido a recurrir a la tinta roja, es decir, su impotencia. De todo esto podemos deducir del acto de la paciente el siguiente sentido: “mi marido no tenía porque avergonzarse ante nadie pues no era impotente”. El deseo que encierra esta idea se presenta como realizado en un acto obsesivo y obedece a la tendencia de la señora a rehabilitar a su esposo.
Pero obtenemos más datos sobre la paciente: está separada de su marido hace varios años. Lucha contra la idea de solicitar la anulación de su matrimonio ya que sus escrúpulos de conciencia le impiden decidirse a ello. Por eso, se siente obligada a permanecer fiel y vive en el más absoluto retiro. Para evitar toda tentación, en su fantasía le rehabilita y engrandece. Además, por medio de su enfermedad protege a su marido frente a los rumores y les hace posible vivir separados sin que nadie sospeche la causa de la separación.
Con sus síntomas, esta señora expresa a la vez los agravios contra su marido (ya que vio destrozada sus vida conyugal por la no consumación de su matrimonio y ahora no puede ni siquiera fantasear otra relación) y los sentimientos que la impulsan a disculparle, rehabilitarle y lamentar su pérdida. De hecho aunque es joven y deseable toma todas las precauciones (reales e imaginarias) para conservarle la fidelidad. Rehúsa todo trato social, descuida su pelo, muestra dificultades para levantarse del sillón, duda cuando tiene que firmar con su nombre de soltera y no puede hacer ningún regalo a nadie.
Los síntomas siempre son para algo. No hay que preguntarse tanto ¿Por qué se produce el síntoma? Sino ¿Para qué?
Vemos como analizar un inocente acto obsesivo nos ha llevado al nódulo profundo del caso y a revelarnos una gran parte del misterio de la neurosis obsesiva.
El siguiente ejemplo constituye una muestra de una categoría muy frecuente, que es un ceremonial inherente al acto de acostarse.
Ejemplo 2: Bella muchacha de 19 años.
Se trata de una bella muchacha de 19 años, hija única y muy superior a sus padres tanto en instrucción como en agilidad intelectual. De niña tenía un carácter salvaje y orgulloso. En los últimos años, sin causa exterior, se mostraba patológicamente nerviosa. Muestra una particular hostilidad contra su madre y se manifiesta descontenta, deprimida, indecisa hasta el punto de no poder atravesar sola ni las plazas ni las calles un poco anchas.
Se trata de un complicado estado patológico ante el que cabrían al menos dos diagnósticos: agorafobia o neurosis obsesiva. Pero este punto no es el que más nos interesa. Lo que más nos interesa en este momento es el ceremonial que lleva a cabo al acostarse y que causa la desesperación de sus padres.
Todo el mundo presenta sus ceremoniales particulares a la hora de acostarse, pero si las circunstancias exteriores le imponen alguna modificación se adapta a ellas sin trabajo.
Pero el ceremonial patológico es inflexible, se impone a los sacrificios que supone cumplirlo y se oculta detrás de fundamentos aparentemente racionales. Si lo examinamos superficialmente parece un ceremonial normal pero de exagerada minuciosidad. Sin embargo si hacemos un análisis más profundo vemos que trae consigo requisitos que ninguna razón justifica y otros que son completamente irracionales.
En este caso la paciente argumenta que para dormir necesita un silencio absoluto y por tanto limita todo aquello que pudiera producir algún ruido. Para ello toma, todos los días, antes de acostarse, las siguientes precauciones:
1º. Para el reloj de la pared que hay en el cuarto y hace transportar a otra habitación distante todos los demás relojes, incluyendo uno pequeño de pulsera metido en su estuche.
2º. Reúne sobre su escritorio todos los floreros y jarrones, de manera que ninguno de ellos pueda caer y romperse durante la noche.
Ella sabe que la necesidad de proteger su descanso no justifica estas medidas. Sabe que el reloj de pulsera metido en su estuche no podría perturbar su sueño (además el tic-tac de un reloj, regular y monótono, lejos de perturbar el sueño lo favorece). El temor de que caigan los jarrones y floreros al suelo es inverosímil. Y además hay otros detalles que no guardan ninguna relación con el silencio que aparentemente pretende asegurar:
• Exige que la puerta que separa su habitación de la de sus padres quede entreabierta y para conseguirlo la inmoviliza con ayuda de diversos objetos (algo que, por el contrario de lo pretendido, es susceptible de producir ruidos).
Pero la parte más importante del ceremonial se refiere al lecho mismo:
• La almohada larga no debe tocar a la cabecera y el almohadón pequeño superior debe estar colocado en rombo sobre la almohada. Después la paciente reclina su cabeza sobre este almohadón precisamente en el sentido longitudinal del rombo.
• Por último, ha de sacudir el edredón de manera que todo su contenido se acumule en la parte inferior formando un abultamiento, pero inmediatamente lo deshace igualándolo de nuevo.
Además, teme no haber realizado el ceremonial con cuidado por lo que revisa y repite indefinidamente cada uno de los actos a medida que sus dudas van recayendo sobre ellos. Así el ceremonial dura una o dos horas durante las cuales ni ella ni sus atemorizados padres pueden dormir.
El análisis de este caso no ha sido tan fácil como el anterior puesto que aquí el analista tuvo que proponer posibles interpretaciones. Al principio la muchacha las rechazaba categóricamente o las acogía con una duda despreciativa. Después de esta reacción negativa siguió un periodo de interés por las hipótesis, de asociación libre a partir de las mismas, comunicando sus recuerdos y estableciendo relaciones entre ellos y sus síntomas. A medida que se fue realizando la labor analítica, sus síntomas se fueron haciendo menos meticulosos y antes de acabar el tratamiento había abandonado todo su ceremonial.
Cuando una persona se analiza, el psicoanálisis no se ocupa de un síntoma hasta que desaparece y luego de otro y así sucesivamente, sino que el tema y los síntomas dados van variando y habrá que ir pasando de uno a otro. Pedro esto no importa porque van a volver a ir apareciendo a medida que vayamos abordando el examen del caso.
Freud aquí nos presenta una síntesis de los resultados de una labor de análisis que duró meses:
La paciente comprendió que no podía dejar ningún reloj en el cuarto durante la noche porque constituía para ella un símbolo genital femenino. El reloj de pared, asume este papel acerca de la periódica seguridad de su funcionamiento. Cuando una mujer quiere acentuar su regularidad dice “anda como un reloj”. Pero la paciente lo que temía verdaderamente era ser perturbada por el tic-tac del reloj, algo que podría ser considerado un símbolo de los latidos del clítoris en los momentos de excitación sexual. Y así era efectivamente: la paciente había sido despertada en varias ocasiones por esa sensación y su temor a esta, es decir a la erección del clítoris, le obligaba a alejar de su alcoba todos los relojes en marcha.
Aquí vemos claramente la aplicación del mecanismo de desplazamiento que vimos ayer: una representación rechazada (la excitación sexual) cede su carga afectiva a otra representación tolerada por la conciencia (el tic-tac del reloj), de tal forma que el miedo que le produce la excitación sexual es sustituido por el miedo al tic-tac del reloj.
Los floreros y los jarrones son símbolos femeninos (como todos los recipientes). De hecho, en algunas culturas, se rompe un plato o un jarrón en día de la boda y se les da a los invitados un fragmento. En una sociedad pre-monogámica podría interpretarse como un renunciamiento a los derechos que cada uno tenía sobre la desposada.
A esta parte, la paciente asociaba el siguiente recuerdo y varias ideas: siendo niña, iba con un vaso en la mano y cayó al suelo, se cortó el dedo con un cristal y sangró mucho. Después, en la pubertad, tuvo conocimiento de los hechos relacionados con las relaciones sexuales y quedó obsesionada por el temor de no sangrar en la noche de bodas y las dudas que su marido podría tener sobre su virginidad. Sus precauciones en relación con los floreros tienen que ver entonces con todo este asunto relacionado con la virginidad y la hemorragia asociada al primer contacto sexual. Es como una especie de reacción de protesta dirigida a la vez contra el temor de sangrar y el opuesto de no sangrar. Es como una especie de reacción contra el hecho de casarse.
Respecto al ceremonial de la almohada, fue la paciente misma la que llegó a la interpretación: no quería que la almohada tocase la cabecera del lecho porque en sus palabras “la almohada es siempre mujer y la pared vertical del lecho es hombre”. De este modo quería separar al hombre de la mujer, es decir, a su padre y a su madre.
Antes de desarrollar el ceremonial lo había intentado de una manera más directa: simulando miedo o utilizando un miedo real para que no cerrasen la puerta de la alcoba y a fuerza de estar en constante vigilancia contrajo un insomnio que duró varios meses. Para más inri, a veces iba a la cama de sus padres y se tumbaba entre ellos (así separaba la “almohada” de la “cabecera”). Cuando fue más mayor y acostarse con sus padres les molestaba y le molestaba a ella misma, desarrolló un miedo gracias al cual la madre le cedió su sitio junto al padre y se fue a ocupar su cama de soltera.
El edredón es, como la almohada, un símbolo femenino. Recordemos que lo sacudía hasta que las plumas se acumulaban en la parte inferior produciendo una especie de bolsa. El sentido de este acto era el de embarazar a la mujer. Pero la paciente en el acto disipaba este embarazo simbólico (durante muchos años había vivido con el miedo de tener un hermanito que le quitase los privilegios de ser hija única).
Por último, si la almohada grande representaba a su madre, el almohadón pequeño era su representación. La paciente cayó en la cuenta de que el rombo es la forma geométrica con la que se representaba en los gráficos callejeros al genital femenino abierto y ella se adjudicaba al mismo tiempo el papel masculino reemplazando con su cabeza al miembro viril (de hecho en muchos textos psicoanalíticos y literarios se equipara la decapitación como la representación simbólica de la castración).
En este caso se observa muy bien como los ceremoniales son siempre cristalización no de una sola fantasía sino de varias muy distintas aunque convergentes en un punto dado. Además observamos como las formalidades del ceremonial traducen los deseos sexuales en un sentido, unas veces positivo (mediante sustitutivos), y otras veces negativo (en forma de medios de defensa). Se ve muy claro en el comportamiento respecto al edredón embarazo-deshace el embarazo. O con los almohadones: evita que sus padres tengan la relación sexual (que el almohadón grande no toque a la pared) pero después su cabeza representa el miembro masculino que se introduce en el almohadón pequeño que representa el femenino. Que eso va a ser característico del síntoma obsesivo: hacer y deshacer, realizar el deseo mediante una formación sustitutiva y defenderse contra el deseo mediante una evitación, un medio de defensa o un castigo.
La continuación del análisis en relación con los demás síntomas de la enfermedad (además del ceremonial) proporcionó todavía más información que queda fuera de nuestro objetivo en esta lección. La muchacha experimentaba por su padre una atracción erótica que se remontaba a su niñez, algo que podría estar relacionado con la actitud hostil hacia su madre que mencionamos al principio. Ella pensaba que no podía casarse hasta que no estuviese curada, pero era más que para no casarse y permanecer junto a su padre para lo que había enfermado.
Estos dos ejemplos nos han permitido ilustrar cómo los síntomas neuróticos poseen un sentido que los enlaza estrechamente a la vida íntima de los enfermos. Hemos tenido que conformarnos con estos dos ejemplos debido a las limitaciones temporales, pues sólo este tema daría para desarrollar un curso semestral de cinco horas semanales. Para más información nos remite Freud a la amplia literatura psicoanalítica sobre este tema (Breuer y sus explicaciones de los síntomas de la demencia precoz, Jung y sus propios estudios).
Conclusión
Todo síntoma posee –como los actos fallidos y los sueños- un sentido propio y se encuentra estrechamente enlazado a la vida íntima de las personas en las que surgen. Cuanto más individualizado se halla el síntoma, más fácil es establecer esa relación. Ante una idea sin sentido o un acto sin objeto habrá que descubrir la situación pretérita en la que tales ideas o actos poseyeron sentido y objeto, ya que los síntomas, sueños, lapsus, olvidos, etc., no son más que manifestaciones disfrazadas de deseos reprimidos en el inconsciente.
Pero con frecuencia también encontramos síntomas que podemos considerar típicos de la enfermedad, pues son aproximadamente los mismos en todos los casos y, las diferencias individuales son tan poco definidas que resulta muy difícil referirlos a la vida de los enfermos. Estos síntomas típicos son precisamente los que nos permiten realizar el diagnóstico.
Todos los enfermos de neurosis obsesiva muestran una tendencia a la repetición de determinados actos aislándolos de los restantes de su vida cotidiana y dándoles un ritmo distinto. Por ejemplo, la mayoría muestran un excesivo afán de limpieza.
En la agorafobia (que no entra en el cuadro de una neurosis obsesiva sino en el de la neurosis de angustia), se reproducen idénticos rasgos en diferentes casos: miedo de los lugares cerrados, de los grandes espacios descubiertos y de las calles y avenidas que se extienden hasta perderse de vista. Sin embargo se sienten protegidos si van acompañados por una persona conocida o si oyen detrás de ellos el ruido de un coche.
Sobre esta uniformidad cada paciente presenta después sus condiciones o fantasías individuales que pueden ser diametralmente opuestas unas de otras. Por ejemplo los agorafóbicos: unos temen las calles estrechas y otros las anchas; unos temen andar en la calle cuando hay poca gente y otros cuando hay mucha.
Aunque haya síntomas típicos que nos permitan hacer el diagnóstico, después podrán asociarse con un suceso personal o serie de sucesos personales diferentes. Por ejemplo en un caso de histeria se podrá relacionar los vómitos histéricos con determinadas impresiones de repugnancia mientras que en otro caso, los mismos vómitos pueden estar asociados a sucesos de naturaleza totalmente distinta. Por ejemplo, la obesidad puede estar relacionada con un miedo a morirse de hambre, o con una cuestión de pudor, para ocultar las formas femeninas y “masculinizarse”, puede tener que ver con una ambición desmedida y desplazada de crecer, etc.
El lapsus, el olvido, el sueño, el síntoma son formaciones sustitutivas que permiten que se satisfaga un deseo inconsciente y que, disfrazándolo de esta manera, puede burlar la represión. Se trataría por tanto, de un producto transaccional entre la tendencia a satisfacer el deseo y la de reprimirlo o castigarlo. La pregunta que hay que hacerse entonces no es porqué aparece un síntoma sino para qué. El psicoanálisis será el medio para descubrir el sentido de esos síntomas, mediante la asociación libre del paciente en transferencia con el analista que aplica la técnica interpretativa.
Los síntomas tienen un sentido, sirven a una intención y se explican por la historia de deseos del paciente. Por que el psicoanálisis es una construcción de una historia de deseos, no de hechos que se hayan producido en la realidad, basta con que hayan sido deseados. Lo que importa al psicoanálisis es la realidad psíquica del paciente.
• El síntoma nos habla de lo que le pasa al paciente y
• Hablar es el síntoma humano por excelencia.
Será la transformación del discurso del paciente la que le llevará después a la transformación de su realidad real. Producir un sujeto donde enfermar no resulte necesario.
Virginia Valdominos
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Bibliografía:
Freud, Sigmund (1915-1917). Lecciones Introductorias al psicoanálisis. En Biblioteca Sigmund Freud. Obras Completas (2001). Madrid: Editotial Biblioteca Nueva.