La estructura del aparato psíquico y su composición
El psicoanálisis está destinado a ser comprendido por nuestros pacientes, que a menudo son muy inteligentes, pero no siempre eruditos en la materia. Por eso, a la hora de explicar el aparato psíquico y su composición los nombres asignados a los conceptos fundamentales, en lugar de pomposos nombres griegos o términos psiquiátricos, son simples pronombres que se anudan de manera directa a ciertas expresiones del hombre corriente tales como “Ello era más fuerte que yo” [es war etwas in mir] “C’était plus fort que moi”.
Así, hablamos del aparato psíquico como un instrumento compuesto de varias partes, a las que llamamos instancias, cada una de las cuales cumple una función particular, teniendo todas entre si una relación espacial fija. Esa relación espacial se refiere a una sucesión regular de las funciones. Se trata de una representación auxiliar como tantas otras usadas en las ciencias.
En el aparato psíquico hay una organización anímica interpolada entre sus estímulos sensoriales y la percepción de sus necesidades físicas, por un lado, y de otro lado los actos motores. Esa organización anímica cumple la función entonces de mediadora entre esos dos sectores. A esta organización anímica la denominamos yo. Pero además del yo reconocemos la existencia de otro sector psíquico, más amplio, importante y oscuro que el yo al que denominamos el ello. ¿Cuál es la relación entre ambos?
Relación entre el yo y el ello
El yo es una especie de fachada del ello, un primer plano, un estrato exterior o una corteza del mismo. El yo es la capa exterior del aparato anímico, del ello, modificada por la influencia del mundo exterior (de la realidad). El yo es lo superficial y el ello lo profundo. El Yo se encuentra entre la realidad y el ello que es lo propiamente anímico.
El yo y el ello se diferencian en varios puntos. En el yo, el curso de los actos psíquicos es regido por reglas distintas que en el ello. Además, persigue otros fines y con distintos medios. Para comprenderlo, pensemos en la diferencia entre el frente de combate y el resto de un país durante la guerra. El frente lleva un ritmo distinto y en la retaguardia se permiten muchas cosas que en el frente han de estar prohibidas. Lo que influye en ellos, por supuesto, es la proximidad del enemigo. Para el alma, ese influjo proviene de la proximidad del mundo exterior. Para el aparato psíquico exterior, extranjero y enemigo, fueron un día lo mismo.
En el ello no hay conflictos. No hay contradicciones y las antítesis subsisten unas junto a otras sin estorbarse y se resuelven habitualmente por medio de transacciones. Cuando esto sucede, el yo experimenta un conflicto que ha de ser resuelto y la solución consiste en abandonar una tendencia en favor de otra. El yo se caracteriza por una aspiración a la unidad, a la síntesis, carácter que falta en absoluto en el ello, que carece de coherencia. Todas las tendencias del ello persiguen sus fines independientemente unas de otras y sin atenderse entre sí.
Todo lo que sucede en el ello es y permanece inconsciente, y solo los procesos desarrollados en el yo pueden llegar a ser conscientes. Pero no todos, ni siempre, ni necesariamente, pues partes muy amplias del yo pueden ser inconscientes.
En la superficie más externa de este yo se encuentra una instancia especial, vuelta hacia el mundo exterior, un órgano que cuando se estimula se produce el fenómeno de la conciencia. Este órgano puede ser estimulado tanto desde el exterior por los estímulos procedentes del mundo exterior, como desde el interior por las sensaciones surgidas en el ello o los procesos desarrollados en el yo.
El superyó
Dentro del mismo yo se ha diferenciado una instancia especial, a la que damos el nombre de superyó. Éste ocupa una posición especial entre el yo y el ello. Pertenece al yo, participa de su organización psicológica, pero está íntimamente relacionado con el ello. Es el residuo de las primeras cargas de objeto, el heredero del complejo de Edipo después de abandonarlo. Este superyó puede oponerse al yo, tratarlo como un objeto, y frecuentemente lo trata con gran dureza. El yo trata de permanecer en armonía tanto con el ello como con el superyó. El superyó es un sustentáculo de lo que conocemos como conciencia moral.
Para la salud psíquica es muy importante que el superyó esté normalmente desarrollado, es decir, que haya llegado a ser suficientemente impersonal. En el caso del enfermo neurótico cuyo complejo de Edipo no ha experimentado la transformación debida, el superyó se enfrenta aún con el yo como el severo padre con el hijo y su moralidad actúa de un modo primitivo, haciendo que el yo se deje castigar por el superyó. La enfermedad es usada como medio de este auto castigo y el neurótico se ve obligado a conducirse como si le dominase un sentimiento de culpabilidad, que exigiese la enfermedad como castigo para su satisfacción.
Un psicoanálisis personal puede dar cuenta de la significación de todas estas importantes relaciones. Si desea conocerse mejor, no dude en ponerse en contacto con nosotros.